Nunca te vendas

Esto lo escribí en Facebook en 2014. No debería estar ahí, me parece tan ajeno a ese medio que incluso me siento mal por haberlo publicado ahí.

En fin, es momento de recuperarlo y ponerlo en un mejor lugar. Han pasado 6 años, algunos gustos han cambiado pero en general siento y pienso igual.

Una carta a la niña que habita mis sueños.

Hace unos días, unas semanas tal vez, soñé con una niña hermosa de grandes ojos negros y profundos, con una sonrisa de luna y cabello del color de la noche de nombre Libertad, no he dejado de pensar en ella.

No tengo hijas, pero sí una hoja en blanco. Aquí va una carta para ella, para ti —ojalá un día la leas:

Viaja, viaja sin descanso. Viaja sola y acompañada, en familia y enamorada (no existe nada mejor) viaja con amigos y también —por qué no, con un o una amante, viaja en primera pero también en apestosos camiones foraneos. Tienes que conocer el Desierto de Sonora y ver caer el atardecer sentada en una piedra con una cerveza en la mano (yo me encargaré de esto). Viajar es la única cura (bueno, y unos cuantos libros) que he conocido contra la estupidez.

No acumules chivas, no tengas dos closets, no pierdas el tiempo soñando con un vestidor. Sólo son cosas, no te definen. Y quizá esta sea la lección más difícil de aprender (a mi me costó 37 años, toda una vida). Las cosas sólo son cosas: no tengas miedo a deshacerte de ellas, a lo único que has de tener miedo es a no acumular calambres

No te midas, no dejes cosas por decir, saca la mierda —ya— de la alfombra. Aún no lo ves, pero la vida es jodidamente corta, un día medirás tu vida por las cosas que no hiciste. Ojalá te salgan las cuentas.

Paga tus deudas, aprende a decir no (es lo que diferencia a un tarugo de un Rey) recuerda siempre que nadie te debe nada. Sé fiel. A tus valores, a tu gente y (también) a ti misma. Esa fidelidad inquebrantable es la única vía que yo he conocido para dormir bien por las noches. Y qué placer, qué importante es dormir bien por las noches.

Lo de la sangre —por mucho que a tu padre le fascine El Padrino, es una soberana mamada. Tu familia es tu gente, y tu gente son los que se partirían la cara por ti, en cualquier situación. Nada vale tanto como un buen amigo. Nada.

Bebe vino, aprende a comer, cocina para otros. Tienes que probar un verdadero choripan en Montevideo en una tarde de otoño. Caerte en los baches de Rio y recorrer las cantinas de la Gran Ciudad de México, patear las calles de Buenos Aires, Santiago, tocar lo oscuro en Tijuana y también algún bar en el Soho. Come, siempre que puedas, frente al mar. Todo es más fácil frente al mar.

Dedica tu vida a los animales. Cada minuto perdido con ellos valdrá un millón de veces más que muchas de las personas que habitarán tus días.

Es inevitable: la música será tu vida. Escucha lo que sea que escuches —no hagas caso a los posers, pero haz hueco para Zeppelin, Coltrane, Floyd, Dylan, Miles Davis, Mozart, Cerati y (hasta) los Smiths. No hagas puto caso a los infelices que te digan (lo harán, créeme) que no hay que escuchar esto o lo otro. Si te emociona, me sirve.

El cine, el cine —ya lo sabes—, fue el mejor diván que pudo tener tu padre: una sala oscura, el silencio, unos títulos de crédito. Las veremos juntos, pero aquí te dejo una letanía: Rojo, Amour, El laberinto del fauno, Chihiro, Fresas Salvajes, Los Puentes de Madison, Historia de Lisboa, Amores Perros, El topo, La montaña sagrada, El caballero de la noche, Somos Guerreros (la neozelandesa), Trainspoting, Belleza robada, El club de la pelea, El silencio de los inocentes, A través del universo, La vida de Adele, todo Hitchcock, todo Pixar, todo Buñuel, todo Kubrick. Y claro, aquella pequeña obsesión de tu padre, El Padrino.

Escribe, escribe sin descanso. No esperes un tema, ni una excusa ni un trabajo: sencillamente escribe. Créeme, todo es más fácil cuando lo ves sobre el papel. Lee hasta que se te caigan los párpados, no lo dejes cuando la vida te reclame horarios (lo hacen tantos…) que leer no sea un recuerdo de tu juventud, que sea una necesidad, una sed: No hay otro camino, y nunca lo hubo.

No es lo que miras, es cómo lo miras. Aprende a mirar. Y a mirar se aprende mirando: exposiciones, calles, vidas, cafés, lienzos, amaneceres y portazos. Un pequeño truco: cuatro ojos ven más que dos.

Aprende a sobrevivir («Quien resiste, gana») pero que nunca sea suficiente: has de vivir.

Te van a hacer daño (es inevitable) pero te levantarás. Yo estaré ahí, ayudándote un millón de veces. No pretendo que no caigas, tan sólo que aprendas una lección —por pequeña que sea, tras cada caída. Esas lecciones serán tu tesoro.

Date entera.

Y por lo que más quieras, nunca te vendas.

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